Estoy seguro de que si saliera a dar una vuelta a comprar el pan y les preguntara a mis vecinos qué podríamos encontrar en un registro de últimas voluntades, la gran mayoría respondería, acertadamente, que un testamento. No les falta razón.
Básicamente, un testamento es un negocio de carácter gratuito, unilateral… y otras características propias del derecho que me ahorraré. En él, el testador dispone cómo deben ser tratados sus bienes en el caso de su fallecimiento, y de paso, por más que pese, cómo serán tratadas sus deudas (no todo iba a ser de color de rosa, sobre todo cuando tengamos que declarar el ISD). Pero, ¿hasta qué punto esto se cumple en la realidad?
Lo cierto es que ocurre exactamente lo mismo que cuando dejas un cuenco de lacasitos delante de un grupo de infantes. Lo más probable es que cada uno de ellos piense que tiene más derecho que el otro, y por lo tanto, intente hacerse con más porción que los demás. Va en nuestra naturaleza, por más que nos llenemos la boca de argumentos sólidos y razonables. El testamento es el letrero al lado del cuenco. Poco importa entonces quién ha cuidado a quién, a quién se le han dedicado los mejores años de su vida, o quién fue el ojito derecho del otro desde el principio.
Es tristemente inevitable ver cómo estas discrepancias comienzan a florecer casi incluso antes de que el testador exhale su último aliento. No digamos ya cuando el testamento se abre y es visible a todos los herederos. Pero dejando eso atrás, lo cierto es que hay varias formas de asegurarse de que nadie toca los lacasitos antes de que los infantes si quiera hayan osado acercarse: el Albacea.
Nada impide, y de hecho, es sumamente recomendable nombrar a un Albacea. Nuestro Código civil no da una definición del mismo, pero sí define claramente cuáles son sus funciones, y la primera de ellas es la de representar la voluntad del testador, y así lo establece la jurisprudencia de nuestro Alto Tribunal al señalar que se trata del “Ejecutor de la voluntad del testador”, STS 1 de Julio de 1985; la segunda, quizás bastante menos conocida, es la de actuar como administrador de la herencia en tanto en cuanto ésta se reparte.
Lo curioso es que nada impide que sea uno de los herederos, si bien es cierto que lo habitual es que sea nombrado por el propio testador, art 892 Cc, basándose en una estrecha relación de confianza, tanto si es heredero como si no.
Pero ¿cuáles son sus atribuciones? Cómo opera una vez ha sido designado.
Lo primero que cabe dentro de sus atribuciones es el pago del funeral del testador, según lo estipulado en el testamento, o bien, según la costumbre del pueblo. Una vez se ha llevado a cabo esta obligación, atenderá a los legatarios en los pagos en metálico.
Una vez satisfechos, deberá Vigilar sobre la ejecución de todo lo demás ordenado en el testamento y sostener, siendo justo, su validez en juicio y fuera de él; Se conceden, además al albacea facultades procesales. Si bien, ordinariamente la representación de la herencia corresponde a los herederos, y no al albacea, salvo que se la haya conferido expresamente el testador, en virtud de lo que aquí establecido, tienen los albaceas personalidad para ser demandados, si se ataca al testamento o a alguna de sus cláusulas y para demandar a los mismos herederos, si no ejecutan lo que el testador les haya ordenado.
Ahora bien, la intervención del albacea no es absorbente o excluyente de los herederos, sino concurrente con los mismos, como interesados en la sucesión. TS.
Por último, tomará las precauciones necesarias para la conservación y custodia de los bienes, con intervención de los herederos presentes», y es que curiosamente, según el art 902 del código civil “Si no hubiere en la herencia dinero bastante para el pago de funerales y legados, y los herederos no lo aportaren de lo suyo, promoverán los albaceas la venta de los bienes muebles; y, no alcanzando éstos, la de los inmuebles, con intervención de los herederos”.
Son todas estas atribuciones las que nos garantizarán que, el día de mañana, aún nos queden lacasitos en el cuenco. Siempre y cuando, insistimos, contemos con el papel del albacea.